Atrapados en Bohol

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Tras unos días en la isla encantada de Siquijor y dejar a nuestros amigos catalanes y vascos atrás embarcamos hacia nuestro siguiente destino: Bohol!

 Filipinas tiene un montón de islas y después de casi un mes los viajes en barco se hacen algo largos y pesados. Por suerte este solo fueron 4 horas de ferri. Pero vaya horas…

 Era poco tiempo, pero como soy propensa a marearme, esta vez cogimos camas en vez de asientos. En mal día… ESTABAN LLENAS DE CUCARACHAS! Así que tuve que estar soportando todo el viaje a Ander diciendo: ¿No querías cama? !Pues toma cama! !Con regalito incluido!

 A las 11 de la noche desembarcábamos en el puerto de Tagbilaran. Ninguno de los conductores había escuchado hablar de nuestro hostal y todos nos pedían más de 200 pesos sin ni siquiera localizarlo en el mapa, pensando que al igual que el resto de turistas íbamos a Panglao. PUES NO, nosotros nos quedábamos en la ciudad. Algo de lo que después nos arrepentimos.

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Jóvenes filipinos divirtiéndose en el agua

 

Una vez encontramos el hostal hay que decir que a simple vista no tentaba a quedarse. Desde fuera solo era una casa vieja y por dentro vieja y además sucia.

 Los dueños eran un polaco y una chica filipina muy jovencita con un bebe recién nacido. Habían comenzado el negocio hacía poquito tiempo, por eso nadie sabía de su existencia.  No podemos decir que fuesen poco atentos ni desagradables. Los dos se encargaron de explicarnos todo lo que podíamos hacer por los alrededores y como hacerlos de la manera más barata. Pero aquel lugar no era para nada de mi agrado y viendo toda esa suciedad (que parecía solo importarme a mí), me desagradaba aún más.

 Aquel día aprovechamos para ir a las famosas Chocolate Hills tomando el autobús publico tal y como nos aconsejaron los dueños. Lo que habíamos escuchado una y mil veces era que esas dunas tan redonditas que en época seca tomaban un color marrón (de eso su nombre) eran solo eso: unas colinas con ningún otro interés más allá de la típica foto. Y aunque fue lo que hicimos, nosotros nos arrepentimos mucho de no ir en moto y quedarnos a explorar los alrededores tranquilamente. La zona parecía de lo más tranquila, rural y seguro que con muchísimos rincones para admirad la belleza del paisaje más allá de lo que nuestros ojos podía divisar. 

 

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En el mirador de Chocolate Hills

 

Antes de volver a la ciudad decidimos parar en el primer pueblo que nos hizo gracia y bajar del autobús que nos llevaba de vuelta. Comimos, nos abastecimos de panes y bollos en la panadería más barata y variada que habíamos encontrado en todo Filipinas y visitamos el mercado. Así que después de llamarla atención a los locales y suscitar su interés decidimos volver a montar en el siguiente autobús que nos llevara de vuelta a la ciudad. ¡Y vaya viajecito! Nos tocó ir de pies en medio del pasillo casi todo el viaje, apachurrados entre todos los locales y para colmo, Ander se daba contra el techo.

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Apachurrados en el bus de vuelta a Tangbilaran

 

 Aquella noche comenzó a llover. Los día siguientes coincidieron con un tifon que impedía cualquier entrada o salida de la isla. La lluvia y el viento hacía imposible que zarpara ningún barco y nosotros estábamos atrapados en aquel hostal y en una ciudad que pocos atractivos nos ofrecía.

 Estábamos muy preocupados ya que en 3 días teníamos que tomar un ferri hacia Cebu para salir del país. Si no lográbamos llegar perderíamos el vuelo y además tendríamos problemas con la visa, pues se nos terminaba justo ese día. Por suerte el pronóstico indicaba que para entonces pasaría… o al menos,  ESO ESPERABAMOS.

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Manjar filipino: Cabeza de pollo. ¿te atreverías?

 

 Por fin, el tiempo mejoró. Despertamos sin prisas. Charlamos tranquilamente con la joven filipina (la dueña del hostal) sobre su vida y su punto de vista sobre los matrimonios de conveniencia tan típicos que se dan entre hombres extranjeros y mujeres (en su gran mayoría muy jóvenes) filipinas. Queríamos tener otro punto de vista sobre algo que desde fuera nos parecía (tenemos que reconocer) algo desagradable.  Pero cada uno tiene sus razones para hacer lo que hace, para tomar las decisiones con las consecuencias que estas conllevan y a veces como en estos casos, los dos lados sacan provecho. Totalmente respetable. 

 Después de zampar los bollos que compramos la noche anterior, alquilamos una moto en el hostal. El marido nos la dejó en la puerta, pero cuando fuimos a cogerla… ¡Era de marchas!  Es lo mismo que la de sin marchas” nos decía la mujer. Bueno, será parecido si alguien te explica como meterlas… Al final, un vecino que nada tenía que ver con el asunto, acabó dándole una clase exprés de conducción a Ander. Una vuelta y ya era un experto. 

 Después de muchos mirar y preguntar durante los días anteriores, decidimos a visitar el Tasier Sanctuary. El único lugar del que encontramos buenas referencias sobre el trabajo que hacen de conservación y preservación de estos animales. Tenemos que reconocer que aunque íbamos informados sobre este lugar, no quisimos entrar hasta estar del todo seguros de que no era un lugar de explotación animal. 

 

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Tasier durmiendo entre las ramas.

 

Pasamos por la zona adaptada a los visitantes, vimos a unos Tassier adormilados en unas ramas, escondidos de los rayos del sol… pero no pudimos disfrutar la estancia por el sentimiento de culpa que nos generaba… Le hicimos mil y una preguntas a la guía que nos enseñaba el lugar, a las que ella con gusto respondió. Pero el hecho de que aquellos animales fuesen nocturnos y nosotros los visitáramos de día molestándolos y cambiándoles el ciclo de vida no nos hizo sentir del todo bien. 

 Nuestra siguiente parada era la isla de Panglao y sus playas. Queríamos saber cómo era la tan famosa White Beach así que condujimos hasta allí. Nos confundimos un par de veces de camino, pero al final llegamos y no decepcionó. La arena era blanquísima. Era una gozada pasear por su orilla.

 

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Blanca la arena de  White Beach

 

Pero teníamos mucho día por delante y queríamos ver el pueblo, perdernos en busca de alguna que otra playa y explorar lo máximo posible. Para poner la guinda al pastel intentamos buscar un buen lugar para ver el anochecer. Encontramos una playa sí, pero nos orientamos mal y desde ese punto unas colinas tapaban las vistas. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga y menuda sorpresa nos llevamos cuando vimos que toda esa playa estaba llena, literalmente llena de estrellas de mar.

 Nos quedamos un buen rato en la playa, admirando las estrellas y charlando con unos jóvenes locales que se divertían haciendo volteretas y diferentes saltos por la playa, como si de Gervasio Deferr se trataran.

 

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Eider y las estrellas. Pdt: nunca las saqueis del agua.

 

El día siguiente salimos hasta Cebu. Para lo que nos toco viajar hasta el oeste de la isla en bus y luego coger un ferri. Entre pitos y flautas el viaje se nos complicó un poco y llegamos tarde a nuestro destino.

 Como el vuelo salía al día siguiente por la mañana, decidimos quedarnos a dormir en el aeropuerto. Quedaba atrás ya Filipinas y sus encantadores habitantes. Era hora de tachar otro país de la lista: ¡Singapur allá vamos!

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Ander Preparando la cama en el aeropuerto.

 

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Si quieres saber datos útiles sobre Bohol, no te pierdas nuestro guía Bohol y las Chocolate Hills

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