Pyay, un alto en el camino

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En un intento por evitar la capital (Yangon), decidimos descansar en Pyay del largo trayecto entre Kyaito y Bagan (unos 750 km).

Tras hacer el canelo en la Golden Rock, tomamos el autobús que nos dejaría en la estación de Yangon por un par de horas antes de hacer el transbordo (ya sé que he dicho que no queríamos pasar, pero no había otra opción).

No estamos seguros si fueron los noodles manoseados por la señora de Kyaito o el arroz con no sé qué carne y vete tú a saber qué verdura que nos sirvieron en la estaciñon de Yangon… pero después de esa noche, básicamente vivimos en el baño.

Una noche movidita

Fue justo antes de entrar en el autobús que iba a Pyay cuando me di cuenta de lo mal que me encontraba. Ese viaje iba a ser interminable: Vómitos, mareos y escalofríos durante todo el trayecto.

No sé cómo aguanté. Tuvimos que pedir al conductor que parara un par de veces porque ya no podía más. En una de estas Ander tuvo que coger más abrigo, el saco de dormir y alguna pastilla, ya que yo no paraba de tiritar y retorcerme de dolor. Así durante 7 horas.

A las 4:30 am por fin llegamos al cruce en el que nos dejaron para ir a Pyay. No paraba de llover y estaba totalmente oscuro, así que decidimos quedarnos en un bar hasta que amaneciera y hubiese algún autobús que nos llevara los 6 km hasta el centro (donde los albergues).

Ander hizo un “dinnfast”, algo a lo que nos acabaríamos acostumbrando en Myanmar debido a que muchos autobuses llegan a sus destinos a unas horas absurdamente tempranas. Esto ocurre cuando llegas a una ciudad y es demasiado tarde para cenar y demasiado temprano para desayunar. Lo bautizamos como “dinnfast” entre dinner y breakfast.

Yo ya tenía suficiente con que los olores no me hicieran sacar lo que ya ni me quedaba, así que me aparté de su mesa tratando de concentrarme y esperando que las horas pasaran hasta que se hiciera de día y pudiéramos entrar a un hostal sin que nos cobraran toda la noche. Pero Ander se empeñaba en que tenía que comer:

-Eider lo has echado todo y no has comido en horas, pídete un arroz aunque sea.

 -Ander por favor, si estoy en esta mesa apartada no es porque necesite mi espacio, es porque no me entra ni el olor de la comida.

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Posiblemente el causante del malestar

 

Desfase informativo

Eran casi las 6 cuando tomamos el pequeño autobús que nos llevó hasta una plaza en la que una estatua del general Aung San (Padre de la famosa y tan querida Aung San Suu Kyi) hacía de rotonda. Estábamos en el centro de Pyay, momento de buscar hostales.

Como casi toda la información que teníamos del país, los precios de los hostales también estaban desactualizados y lo que un par de años atrás eran 8000 kyats ahora había subido casi al doble. No nos esperábamos un precio tan alto por un hostal con lo básico y en una ciudad que apenas recibía turismo (en los casi 3 días, vimos 5 extranjeros).

Después de regatear con la baza de que estaba enferma y una carita de pena que apenas tuve que fingir, nos lo bajó a 15.000 kyats, no era un precio como para echar cohetes pero como se dice: “cuando no hay más, contigo Tomás”.

En nuestro plan, Pyay no era más que un alto en el camino, así que para no tener que alargar la estancia, mientras yo descansaba Ander fue a dar un paseo por la ciudad para visitar los lugares más importantes.

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Una de las tantas barreras que nos encontramos en Pyay

 

Conociendo la gran ciudad

Pyay es la gran ciudad de Bago Region y como todo nucleo amanecía bien temprano. Iba caminando por las calles bajo la mirada atenta de los birmanos, tal vez sorprendidos por el pelo o tal vez por el simple hecho de ser más blanquito. Sea como fuere, todas las miradas eran respondidas con una sonrisa por ambas partes.

Sin quererlo llegue al “imperdible” de la ciudad, Shwesandaw Pagoda. La pagoda está construida sobre una colina y había que subir una larga escalinata con puestecillos a los lados donde vendían estatuas y otros objetos religiosos. Desde arriba, unas impresionantes vistas de la ciudad y del inmenso buda sentado que hay en la parte de atrás.

¡Ese buda es más grande que mi edificio de Santurtzi!

Todo muy bonito e interesante, pero hacía un rato ya que había dejado a Eider descansando y quería volver para saber cómo estaba.

Por la tarde paseamos por el mercado e intentamos comer algo. Nos costó una barbaridad pedir SOLO arroz blanco. Nadie entendía inglés y ni señalándolo en el menú, ni enseñando fotos de internet, ni siquiera con el traductor funcionaba. Nos sacaron 2 platos diferentes antes de dar con lo que pedíamos…

Intercambio

A la mañana siguiente y como era de esperar cambiamos los roles: después de estar casi recuperada al 100%, Ander empezó a encontrarse mal. Los mismos síntomas de fiebre, diarrea, vómitos y escalofríos pero con la “suerte” de estar en una cama. Aun así se revolvía como una lagartija.

Siguiendo nuestro apretado plan por los 28 días de visa, deberíamos salir esa misma mañana. Pero, yo con la resaca de la enfermedad y Ander en pleno apogeo, nuestra estancia en Pyay se veía obligada a ser alargada una noche más de la cuenta… teníamos que estar del todo recuperados para continuar el viaje.

Tras agonizar desde la noche hasta entrada la tarde, decidimos salir a dar una vuelta a ver si el aire fresco ayudaba un poco.

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Uno de los deportes más practicados: sepak takraw

 

El pseudo – monje

Andando por las calles dirección al gran buda, un monje sentado con un chaval de aspecto bastante descuidado, los dientes negros y la boca roja por el betel, nos hizo acercarnos.

–          ¡Hola! ¿Qué tal? ¿a dónde vais?

–          ¡Muy bien gracias!  Simplemente estamos dando una vuelta

–          ¿Habéis comido?

–          Bueno… yo me encuentro un poco mal, pero no, no hemos comido – Contestó Ander.

En ese momento señaló al camino que había hacia el templo y dijo:

–          Yo tampoco…

Por el gesto y sobre todo, por la idea que teníamos de los monjes de otros países, pensamos:

¿nos estará invitando a comer?

Pero nada más lejos de la realidad. Tras un par de frases mal hechas en inglés, nos extendió la mano y pidió 3.000 kyats a cada uno. Dudamos por un momento, pero pronto caímos en la cuenta de que si era monje, era imposible que le faltara comida. Así que nos fuimos.

En Myanmar, como en otros países, cada mañana los monjes recorren las calles y los fieles les dan comida en abundancia, a modo de ofrenda. Además nosotros solíamos comer por 1000-1500kyats y estaba claro que los 3000 que nos pedía era demasiado… Nos dio la sensación de que era un monje fraudulento.

Ya nos habían advertido que en Myanmar hay quienes se rapan el pelo y se visten con los ropajes, para aprovecharse de los beneficios de ser monje, sin guardar culto, ni prescindir de bienes materiales.

No podemos asegurar que aquel “monje” fuese uno de ellos. Lo que sí podemos asegurar es que ser monje en Myanmar no es tan estricto como en otros países de mayoría budista que hemos visitado. Pero eso, ya lo explicaremos más adelante.

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Jóvenes monjas haciendo la ronda mañanera de ofrendas.

 

Almas caritativas antes de partir

Ya era hora de marchar. Nos habíamos quedado una noche más y queríamos salir cuanto antes de esa ciudad. Ander aún no se encontraba del todo bien, pero nos habíamos empachado de Pyay.

Intentamos coger un transporte por la mañana, pero resultó que hasta las 23:00 no salía el tren. La estación estaba en las afueras de la ciudad y nadie supo decirnos a cual debíamos ir.  Así que con la máxima tranquilidad y tiempo de sobra nos dirigimos  caminando hacia la estación.

Por el camino un par de chicos en moto nos preguntaron a dónde íbamos. Eran dos universitarios muy interesados en practicar su inglés y conocer extranjeros.

Se presentaron voluntarios para acompañarnos y nos llevaron a una de las pagodas más antiguas de Pyay. Compartimos conversación y experiencias. Fue curioso que por lo que más preguntaban era  por temas religiosos. Los budistas son muy (devotos), pero no sabemos hasta qué punto son conscientes de las otras religiones. Estuvimos un par de horas con ellos y antes de comer nos despedimos.

Estábamos a medio camino, pero aún quedaban más de 7 km. Tras intentar regatear con diferentes conductores por un largo rato, un camión en el que viajaba una familia paró. Les preguntamos por cuanto nos podían acercar a la estación y con su poco ingles respondieron.

-No money, we help.

Y con ese gesto de bondad y hospitalidad birmana nos despedimos de esta pequeña ciudad. Por delante 12 horas de tren para alcanzar Bagan y sus más de 2000 templos.

Uno de los lugares más impactantes de todo el Sudeste Asiatico nos esperaba.

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Los motoristas universitarios

Gracias por leer este post. Esperamos que te haya gustado.

Si quieres saber algún dato útil sobre Pyay: qué hacer, dónde comer, dónde dormir, como llegar… no te pierdas nuestro guía: Pyay, entre Rangún y Bagan.

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